El término «actitudes» fue acuñado por el psicólogo alemán Kurt Lewin en los años 30. Lo utilizó para describir la disposición de una persona a responder de una determinada manera a los estímulos del entorno. El principal objetivo de las actitudes es la defensa. Ayudan a adaptarse al entorno, gastar menos energía y evitar situaciones peligrosas. Las actitudes pueden compararse a un prisma, a través del cual se produce la refracción del mundo exterior, que entra en el mundo interior.
Según la orientación, se distinguen
– Actitudes cognitivas: determinan la forma en que una persona percibe la información y la procesa.
– Actitudes afectivas: afectan a las emociones y los sentimientos.
– Actitudes motivacionales: determinan las metas y aspiraciones.
– Actitudes sociales: regulan el comportamiento en las relaciones con otras personas.
La cuestión de las actitudes como parte de la personalidad ha sido estudiada por muchos psicólogos. Así, a mediados del siglo XX, gracias al psicólogo estadounidense Albert Ellis, apareció el término «patrones de pensamiento». Lo utilizó para describir patrones estables de pensamiento que pueden conducir a emociones y comportamientos negativos.
Convencionalmente, los patrones de pensamiento pueden dividirse en grupos:
– Patrones de pensamiento positivo: ayudan a ver oportunidades y a encontrar soluciones a los problemas.
– Patrones de pensamiento negativos: conducen al pesimismo, la ansiedad y el estrés.
– Patrones de pensamiento automático: se producen sin control consciente y pueden ser perjudiciales.
– Patrones de pensamiento consciente: le permiten controlar sus pensamientos y tomar decisiones más informadas.
Las actitudes son parte integrante de la vida humana, determinan actitudes y acciones.
¿Cómo se forman las actitudes?
Las actitudes se forman por diversos factores, como la experiencia, la crianza, la educación, la cultura y las normas sociales. También pueden cambiar con la edad y la experiencia, a medida que una persona empieza a comprender sus valores y prioridades.
